domingo, 16 de agosto de 2015


          Las raíces del hombre están en su memoria.


Hasta ayer, -y en ese “ayer” me cabe
La eternidad completa- yo creía
Que era posible detener el tiempo,
Aplazar el mañana, renacer de cenizas.
Al salir a la calle llevaba la esperanza
Dibujada en el rostro, tatuada en la sonrisa.
Y de pronto me veo en el único espejo
Que no adula ni engaña, y no me reconozco:
Mis ojos están secos, mi mirada vacía.
No sé por qué ni cuándo saliste de mi vida;
Ignoro en qué momento, sin darme apenas cuenta,
Di por bueno el veneno; bebí tu despedida.
Harto de resignarme a creer en imposibles,
siembro mis pensamientos cual oscuras semillas
sobre el papel, y me aparto de ellos, los olvido.
Quién sabe si mañana florecerán al sol de otras miradas.

 




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