miércoles, 30 de septiembre de 2015



Seamos sinceros, por dura que resulte
Reconozcamos la verdad:
El dolor del vecino nos afecta y conmueve
Sólo si en él podemos reconocer el nuestro.
Por malo que esto sea, peor es engañarnos
No aceptando que para ver y comprender al otro,
Inevitablemente, debemos compararnos con él,
Y en las comparaciones -tal vez odiosas pero necesarias-
Si no encaja, lo ajeno siempre sale perdiendo.
En toda fiesta, en medio del jolgorio 
La presencia de un triste incomoda y espanta:
¿Qué hace aquí este aguafiestas? o ¡qué pena!, es lo mismo.
Ved como le rehúyen,
miran para otro lado e ignoran su tristeza.
Los prejuicios cristianos
Y el evitar resacas de conciencia
Impiden que lo echen;
¡A ver si se emborracha y logra ahogar sus penas!
¿Qué le pasa?, pregunta alguien al anfitrión,
y este contesta: Mal de amores, amigo.
Y el otro que recuerda
cierta historia pasada que aún le perturba el alma,
comprende, y compasivo decide ir a animarlo
Porque se reconoce en él, porque las lágrimas
Que con gran disimulo trata de contener
Bañan sus ojos y en las del apenado se reflejan.




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