La tarde se ha vestido de noche, de repente
por el cristal resbalan lentejuelas de lluvia
y en la estancia hay azules bostezos de tormenta.
Se entretienen los dioses jugando en las alturas,
con sus roncos bramidos ahuyentan mis fantasmas;
voces que me recuerdan los miedos de mi infancia.
Sobre la mesa un libro aguarda a ser leído.
En la penumbra laten con desgana, aburridos,
una máquina vieja y un viejo corazón.
En esta hora se juntan los muertos con los vivos,
lo cierto y lo fingido, la alegría y el dolor.
Acuden los recuerdos como aves a sus nidos,
Y tras tantas montañas, en la mar que imagino,
en un lecho dorado se habrá acostado el sol.
Y tras tantas montañas, en la mar que imagino,
en un lecho dorado se habrá acostado el sol.
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