domingo, 25 de mayo de 2014

ÁUREO












Podría llamar áurea a la hora del crepúsculo
En la que el sol, dorada flor marchita,
Desciende sobre el mar y se deshoja.  

Y podría llamar áureo al beso que, al inicio
Del enamoramiento, nos incendia la boca,
Borrando en ese instante todos los anteriores
Que dimos y nos dieron.

Es cierto que podría llamar áurea a la aurora,
Que me despierta el alma cada día,
apagando las últimas luminarias del sueño.

El corazón de algunas margaritas también es áureo,
Como lo son los astros, que cada noche surcan
Los océanos del cielo.

Pero el fulgor del oro más puro palidece,
Cuando brillan tus ojos,
Y siembran en los míos sus dorados reflejos.  



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