Y aunque otro haya borrado, no reescrito,
Cuanto yo escribí en él al conocerte,
Con sólo imaginarlo recupero esa historia.
Sobre dorada seda, con ternura y paciencia,
Ardientes la reescriben mis caricias y besos.
Doloroso placer;
placentero dolor;
fuente de miel y acíbar donde abreva el deseo.
Antes de abrir los ojos para dejar de verlo,
Con tristeza y con rabia volveré a releerla.
Cuando la luz te apague y ya no pueda verte,
Al pie de tu recuerdo, en postrero homenaje,
Quedarán unas flores marchitas, -¿las recuerdas?-,
Y un corazón deshecho por la palabra, “fin”.
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