Yo soy un dios misérrimo y pequeño,
Sin fieles que me adoren, y sin templo.
Una estatua de carne envejecida,
Un corazón, más de doscientos huesos,
Y unos ojos que intuyen más que miran.
Si hasta mi voz, que antaño fuera trueno,
Hoy parece trompeta con sordina
Que se reconcilió con el silencio.
Estas dos manos torpes y vacías,
Que algún cuerpo de diosa acariciaron,
Palpan la tierra hospitalaria y fría,
Como el enamorado al dulce tálamo.
Aisa con sus tijeras ya se acerca,
Mientras me apresto a remontar el vuelo.
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