Rotas sus alas, el pájaro de fuego
incapaz de volar yace en el suelo.
No brilla su plumaje como antaño,
su mirada se apaga: ¿a quién le importa
que muera de hambre y sed?
Lloran las rosas en su rosal al verlo
agonizar como a un ángel caído.
Yace en el polvo y antes iluminaba el cielo.
Todos pasan de largo, nadie lo reconoce:
Muchos de los viandantes se burlan, lo apedrean.
Pero no muere ahí fuera, se nos muere en nosotros,
y nuestras ilusiones perecerán con él.
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