Hoy mi mano siniestra cobra vida,
sustituye a su diestra y habilidosa hermana.
Ella, la marginada en mi remota infancia,
cuando, a palos, me prohibieron usarla,
vuelve a empuñar la pluma torpemente,
y busca en el teclado las letras,
empeñada en ser útil,
en reaprender aquello que antaño practicaba.
Me pregunto qué siente cuando fluyen por ella
los versos al papel o a la pantalla.
¿Se alegra o se entristece? ¿Siente o no siente nada?
Sólo sé que se esfuerza, humilde y abnegada;
que insegura y nerviosa obedece y se cansa.
Y, pese a todo, atiende solícita a su hermana.
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