Es mágico el instante en el que al verte reflejado en los
ojos de la que te mira, reconoces en ellos tu alma. El mundo se transforma, el
tiempo se detiene y, como por encanto, desaparecen los otros de la romántica
burbuja, del universo recién creado con la primera y envolvente sonrisa capaz
de iluminarlo todo. Entonces no piensas, sólo sientes mientras te escuchas a ti
mismo en lo que ella te expresa con un lenguaje nuevo, con palabras que
entiendes aun sin haberlas oído ni dicho jamás. El más leve contacto provoca
infinitas chispas de pasión que inflaman los sentidos; Riachuelos de ternura
recorren el idílico Edén en el que sólo hay sitio para dos. Una única y arrolladora
certeza barre de un soplo antiguos temores y dudas, esparciendo semillas de fe
y esperanza en el páramo de lo imposible. Todo sucede en un fugaz instante que
nos cambia para siempre la vida. Después las manos y las bocas inician un largo
y placentero diálogo de trémulos y entrecortados silencios… Por abreviar, a
esto lo llamamos amor.
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